Cada nación está marcada por un factor, elemento, condición natural, geografía, desarrollo cultural, político, social o económico, que la hace única o particular en el concierto de naciones y condiciona, en forma temporal o perdurable, su destino colectivo.
Nuestro país se destaca por su potencial minero y energético, particularmente de hidrocarburos, que se vienen explotando desde principios del siglo XX. Venezuela se posicionó como el primer país exportador de petróleo del mundo y el segundo productor, después de los Estados Unidos, entre las décadas 20 y 30 de dicho siglo.
Hoy somos la nación con la mayor reserva probada de petróleo, sin embargo, dada la interacción de un conjunto de variables endógenas (acentuación del extractivismo rentístico por todos los gobiernos, uso discrecional, desde el poder, de la renta petrolera, reparto de prebendas) y exógenas (los ciclos de los precios y las medidas económicas recientes contra Venezuela, que afectaron la industria petrolera nacional), ese potencial petrolero, como recurso estratégico ha reducido su impacto positivo para el desarrollo nacional, presente y futuro.
Sin embargo, cabe aclarar que la renta petrolera jugó un papel relevante en el proceso de modernización política, económica y social, sin duda.
El petróleo seguirá siendo, por varios años más, un recurso energético estratégico para el mundo industrial y, muy particularmente, en la transición de la matriz energética basada en la explotación de los hidrocarburos (petróleo, gas y carbón mineral), hacia una matriz de recursos energéticos alternativos (eólica, solar, geotérmica, biomasa, etc).
Hay una realidad incuestionable: el modelo de desarrollo predominante a nivel global basado en los hidrocarburos, de los últimos 100 años, ha dejado su huella en el cambio climático, y sus manifestaciones las padecimos con cambios extremos del clima y el aumento de la intensidad de eventos naturales como huracanes, olas de frío y calor extremo, incendios forestales gigantes.
En tal sentido, el mundo se está preparando para construir un orden energético post-hidrocarburos, por lo menos a mediano y largo plazo. Dejar de consumir los hidrocarburos como energía primaria será un proceso lento.
Ello no significa que los hidrocarburos desparecerán completamente de nuestro modelo de desarrollo económico industrial -estos tienen muchos usos y aplicaciones en otras industrias como la petroquímica, química, farmacéutica, cosmetológica- y seguirán siendo un recurso estratégico a nivel global, más allá del 2040. Para el año 2021, los combustibles fósiles representaron el 82% de todas las energías primarias producidas, según el reporte de energía global de 2022 de la empresa British Petroleum.
Frente a esta realidad, las naciones que producen petróleo deben diseñar políticas y programas para llevar y gestionar la transición energética, sin que se produzca una crisis catastrófica, en la interfaz de la transición. La industria petrolera global, deberá adaptarse a los cambios y adecuarse a las nuevas demandas de energías alternativas, por tanto, seguramente, incursionará en el desarrollo, explotación y producción de las fuentes energéticas emergentes.
El proceso de transición energética no es algo novedoso en la historia de la humanidad. Ya han existido varias transiciones en los últimos 150 años. Entre estas resaltan la transición en el uso de la madera al carbón mineral en el siglo XIX, o del carbón al petróleo en el siglo XX.
Frente a ese gran reto de transformar la matriz energética dominante, basada fundamentalmente en los hidrocarburos (petróleo, gas y carbón), Venezuela, con todo su desarrollo y potencial energético deberá, para resembrar el petróleo, establecer un programa nacional de transición energética, que nos permita aprovechar todo el potencial productivo presente y futuro de nuestra industria petrolera.
La crisis del modelo energético, que ha dominado en los últimos 100 años, debería convertirse en una nueva oportunidad para cambiar nuestro modelo productivo nacional. El petróleo continuará siendo un instrumento para adecuar nuestro desarrollo nacional a la par de los cambios en la economía y en la matriz energética, hoy en pleno desarrollo.
Ello pasa por un gran consenso nacional que permita definir una hoja de ruta para que nuestra transición energética sea viable económicamente y técnicamente factible.
El futuro no está escrito en piedra, y el petróleo, todavía representa una ventaja comparativa que debemos, en un nuevo escenario político, económico y social, aprovechar para apalancar un nuevo modelo de desarrollo económico diversificado, digital y descarbonizado. Un gran reto para Venezuela y su futuro.
Ojalá que este programa de transición energética se convierta en una política de Estado, independientemente de quien gobierne en los próximos años.