por Jesús Castillo
Hace algunos años los venezolanos disfrutábamos de un exitoso programa televisivo llamado ¿Quién quiere ser millonario?, conducido por Eladio Lárez, un carupanero que hizo carrera profesional en la desaparecida RCTV. En verdad, en ese programa los televidentes podíamos ver a los diversos competidores que venían de todas partes de Venezuela que se sometían a diversas preguntas de todos los campos del conocimiento humano con el fin de ganar una fuerte suma de dinero.
En ese desafiante juego, los osados participantes tenían que, previamente, clasificar para someterse al interrogatorio del circunspecto Eladio Lárez. Ponían a prueba su capacidad de ordenar de manera secuencial en el menor tiempo posible un conjunto de preguntas que aparecían en una pantalla a la vista de todos. La mente brillante que acertaba en breve tiempo pasaba a un espacio central para sentarse frente a Eladio Lárez y contestar las preguntas formuladas por ese hombre de medios, cuyo estilo solemne lo ha llevado desde sus primeros tiempos como animador en «Pantalla de Plata», otro célebre programa televisivo.
Lo atractivo de «¿Quién quiere ser millonario?» es que el participante debía responder acertadamente 15 preguntas, para ello se le daban tres opciones que debía usar: consultar a la audiencia, 50-50 y llamar a un amigo. Agotadas esas opciones, estaba obligado a no fallar en la respuesta porque quedaba eliminado. Muchos se quedaron en el camino, otros llegaron lejos y muy pocos atinaron las 15 preguntas. El nerviosismo, los llantos, alegrías y anécdotas fueron los rasgos característicos de ese Talk Show que logró altos niveles de rating en Venezuela. Al salir del aire RCTV, por una medida despiadada deo gobierno de Chávez, los productores del programa hicieron el esfuerzo de transmitirlo en Televen. Allí estuvo poco tiempo, pero la calidad profesional de Eladio Lárez y los momentos apremiantes de los participantes hicieron que dicho programa quedara impregnado en el ideario colectivo de los venezolanos.
Estas apreciaciones sirven de preámbulo en estos tiempos de carnaval al título de este artículo, a propósito de la gran cantidad de figuras opositoras que han manifestado su interés de enfrentar a Maduro para ocupar la silla de Miraflores. No es cualquier cosa en un país sumido en una profunda crisis moral, política y económica. Una chorrera de candidatos se ha desatado similar a esas carrozas o comparsas que desfilan en estás fiestas carnestolendas en honor al Rey Momo. Caras de todos los colores, unas bien maquilladas y otras con máscaras hacen temblar el tablero electoral como si se tratara de un certamen ataviado de fantasía ante un público que lleno de algarabía por ver ganar a su reina.
Apenas la Comisión Nacional de Primarias anunció el cronograma y se desataron los demonios. La guerra de encuestas comenzó a regir y ya varios de los candidatos, con sus respectivos comandos, no solo comienzan a decir que van de primero, sino a descalificarse entre sí. Es un verdadero carnaval donde no se actúa con racionalidad y las emociones comienzan a regir el comportamiento de los actores políticos. Cada quien cree que se la está comiendo, aunque no tengan chance alguno. En fin, hay que cumplir con la tarea de cumplir con el precepto de la democracia interno, cuando en realidad opera el capricho o ego personal de ser el abanderado.
Es cierto que la Constitución Nacional da el derecho a ser candidato presidencial a todo venezolano por nacimiento, mayor de 30 años, de estado seglar y no estar sometido a sentencia definitivamente firme. Pero, lamentablemente, muchos no tienen la capacidad ni la competencia mínima para cumplir con la honrosa responsabilidad de conducir los destinos públicos de un país sumido en una alarmante crisis estructural. Hoy, más que nunca, Venezuela necesita un gerente, un gran estadista que sea capaz de dar un giro significativo para enfrentar la crisis y generar grandes oportunidades para los que vivimos en este maltrecho país y los que aspiran regresarse.
Ser Presidente de la República no es cualquier cosa, mucho menos un certamen carnestolendo. El que aspire a esa gran responsabilidad debe ser una persona con probados valores éticos, equilibrada y con ganas de unir a todos los venezolanos. No un individuo cargado de odio ni ganado para excluir y desunir. Son tiempos donde se reclama un liderazgo que trabaje en equipo y sepa administrar los recursos públicos. Alguien que sea exitoso en la generación de empleo y economía productiva. Pero, fundamentalmente, que genere confianza y pueda unificar todas las voluntades para echar adelante a este país, privilegiado con recursos naturales y con talento humano muy valioso. Ya comienza a verse esa figura en el panorama político.