Por Jesús Castillo
En su interesante libro «Los siete saberes necesarios a la educación del futuro» Edgar Morin advierte que todo conocimiento no es el espejo de las cosas que están presentes en el mundo exterior sino un conjunto de percepciones o construcciones cerebrales provenientes de estímulos o signos captados por los sentidos. De manera que, generalmente, cometemos errores en la percepción de los objetos que se presentan ante nuestra visión, uno de los sentidos más confiables.
Es así que estamos frente a un error de percepción y no nos damos cuenta de ello. A este error perceptivo, Morin agrega otro: el del intelecto. Muchas veces nos estancamos en un conjunto de ideas o teorías que consideramos una verdad absoluta y defendemos a capa y espada. Este tipo de error implica un riesgo al interior del sujeto, de su forma de concebir la realidad y que, en definitiva, le puede traer consecuencias muy lamentables en su devenir histórico.
Las apreciaciones de ese gran pensador francés cobran vigencia en la Venezuela del «Socialismo del Siglo XXI», anclada en una polarización política enfermiza y en un cuadro de miseria que ha arropado a millones de personas en todo el territorio nacional. Los errores de percepción y de intelecto han estado presentes en un sector de la dirigencia opositora a la hora de asumir una estrategia para enfrentar a un adversario que tiene más de dos décadas en el poder, a pesar de contar con un alto nivel de rechazo popular.
Los resultados han sido desastrosos para ese sector que hasta hace poco direccionó la vocería opositora y que hoy ha entrado en una especie de descrédito al igual que el propio gobierno. Así lo reflejan los números en los diversos estudios de opinión. Más del 80% de los venezolanos muestra repudio a la dirigencia política tradicional, sea oficialista u opositora, y se inclina por un outsider que tenga una propuesta clara para salir de esta tragedia económica que arropa al país entero.
El error en la estrategia de ese sector opositor, aglutinado en el G4, estuvo en la denominada «salida adelantada», es decir, sacar a Maduro por la vía de la fuerza, subestimando su capacidad de contraataque. El mayor ejemplo fueron las parlamentarias que ganaron arrolladoramente en el 2015 donde no supieron administrar el triunfo y desafiaron al régimen de manera evidente. En vez de aprovechar las circunstancias para buscar puntos de encuentros en la solución de problemas sociales, se abalanzaron despiadadamente contra el adversario, poniéndolo en alerta. La respuesta no se hizo esperar. Maduro y su combo, a través del TSJ, descabezaron a tres parlamentarios recién electos, y con la Asamblea Nacional saliente designaron a un nuevo Fiscal, Contralor y varios magistrados para repeler el ataque. Luego, vino el golpe mortal. Convocaron a una Asamblea Constituyente que sirvió de poder paralelo al parlamento mayoritariamente opositor.
El «gobierno Interino» fue una ilusión, una quijotesca acción que terminó desnudando la improvisación e interés desmedido de un G4 por ponerle la mano al poder político y al erario público. Hoy de esa fatídica estrategia lo que queda es un rancio revanchismo de una dirigencia que luce desgastada ante los ojos de los aún esperanzadores electores y que se «sacan los trapitos sucios a la calle». Un bochornoso espectáculo que enloda la praxis política como ejercicio al servicio de la gente. Lo lamentable es que muchos de ese denominado G4 no han querido rectificar su error ni han pedido perdón a sus seguidores.
Justo cuando nos encontramos frente a una nueva realidad, movida por grandes movilizaciones sindicales, el G4 se ha diluido y emergen nuevas referencias de liderazgo. Ojalá que esos nuevos actores sepan interpretar esa gran mayoría de electores con esperanza por un significativo cambio en el país. Apostamos que prive la madurez política y la clara lectura del contexto real que vivimos para no seguir cometiendo errores que pueden arrojar peores costos a los ya existentes. Venezuela requiere de líderes capaces de visualizar los diversos escenarios, de colocar el interés de todos por encima de los mezquinos deseos partidistas. Todavía hay tiempo para apostar por un país de grandes oportunidades para todos.