A menos de 15 días para la entrega de los premios de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de Estados Unidos presentamos una serie de breves lecturas críticas de las nominadas a Mejor Película. Las seleccionadas en esta primera entrega son Avatar: el camino del agua, Elvis y Los Fabelman, obras disímiles formal y discursivamente, pero entroncadas alrededor de la familia como germen de lo que son los personajes.
También hablamos de un trío de obras apegadas a los preceptos de la industria hollywoodense, y por ende alejadas de alguna intencionalidad autoral con la que se podía describir la personalidad creativa de sus directores.
Avatar: el camino del agua
James Cameron se ha convertido en un tecnólogo del cine. Ello con el solo propósito de incorporar al inconsciente colectivo de los fanáticos de la ciencia ficción la raza de los Na’vi, extraterrestres de forma humanoide e inteligentes a los que los humanos intentan colonizar en su propio territorio: Pandora. La presentación ya se hizo en Avatar (2009), con un despliegue en las técnicas de animación digitales ahora superado por Avatar: el camino del agua, y representados, básicamente, en la precisión de detalles como la piel y la respiración de los Na’vi, y en la transparencia de los cuerpos de agua.
Llega a los Oscar con cuatro nominaciones: Mejor Película, Mejor Diseño de Producción, Mejor Sonido y Mejores Efectos Visuales. Lo más probable, pensando con lógica, es que triunfe en alguna de las categorías técnicas.
La verdad es que sería interesante que la imaginación de Cameron volviera a pisar tierra, la Tierra, para plantear temas de estos tiempos o, por lo menos, dejar de ocultarse tras la fantasía. Tampoco es que esté obligado a hacerlo, pero desde el punto de vista de la crítica, su obra arroja más luces sobre la tecnología que sobre la realidad en la que vive el cineasta canadiense.
Elvis
El gran problema de este biopic sobre Elvis Presley es que resulta en exceso episódico, hecho de momentos relevantes en la vida del Rey del Rock and Roll que, no obstante, son incapaces de mostrar el ser total del artista. Y si bien esta fórmula le funcionó al cineasta Baz Luhrmann en películas como Romeo+Julieta (1996) y Moulin Rouge! (2021), en este caso que se pretende hacer el retrato de una figura que marcó una época en el mundo del espectáculo en Estados Unidos, el estilo barroco, ostentoso, vertiginoso y caótico del cineasta australiano termina por desdibujar al personaje.
Lo que subyace en Elvis, lo que se empeña en mostrar Luhrmann, más bien, es que el artífice y destructor del músico y actor fue su mánager, el “coronel” Tom Parker, que Tom Hanks encarna desde la incomodidad que le generó la tonelada de maquillaje que le pusieron encima. Todo gira en torno a él y a la parafernalia puesta en escena-montaje-música habitual en el cineasta, dejando a la historia desvalida; valga decir, incompleta, confusa e intrascendente.
Se salva la interpretación de Austin Butler como Elvis, que más allá de su parecido físico con el músico -al que ayudan maquillaje y vestuario- reproduce muy bien su forma de moverse, tanto sobre como fuera de los escenarios.
Los Fabelman
El 12 de marzo podría ser otra gran noche para Steven Spielberg, pero no por participar en los Oscar con una obra cumbre en su carrera -que no lo es aunque acumule siete nominaciones en las categorías más importantes-, sino por ser quién es en la industria: uno de sus hombres más poderosos.
Spielberg es el autor capaz de dar vida a un escualo asesino de enormes proporciones, a un entrañable extraterrestre perdido en la Tierra, a un simpático y aventurero arqueólogo y a dinosaurios extinguidos hace más de 60 millones de años, pero también es el cineasta que cuando se pone serio, da a su trabajo un viraje hacia el maniqueísmo, la condescendencia y la superficialidad.
Los Fabelman cuenta una historia familiar en paralelo con el descubrimiento del cine por el chico del clan. Mucho de lo que hay en ella refleja las vivencias del cineasta, pero lo cierto es que, por momentos, el filme traspasa la línea de la nostalgia y su transforma en melodrama, ello, sobre todo, en la primera parte, cuando Sammy Fabelman (Gabriel LaBelle) va al cine con sus padres y se convence de que eso es lo que quiere hacer. El tono de la historia cambia cuando un excéntrico tío materno lleva al protagonista a pensar en el cine como más que un divertimento y los padres del chico luego se divorcian.