Por Jesús Castillo
Desde tiempos antiguos la educación ha representado un tema de interés para los grandes pensadores. Platón, por ejemplo, fue proclive a la existencia de un «filósofo rey» para conducir a una República. Entendió que los asuntos públicos no podían dejarse en manos de cualquiera, más bien era indispensable la formación del individuo como requisito básico para gobernar. De esta manera le atribuía a la educación un papel clave no solo en el ejercicio político sino en el progreso social y económico de una determinada comunidad.
Igualmente, Aristóteles en «La política» vió en la educación un instrumento fundamental para formar en valores ciudadanos. La necesidad de garantizar la democracia en un cuerpo social pasaba necesariamente por contar con personas virtuosas y amantes del respeto, la justicia, las libertades públicas y el trabajo productivo. Para ello debía promoverse una educación moral y cívica desde los primeros años. En la medida que se tuviera a una sociedad integralmente educada resultará difícil que ella sea manipulada y ociosa.
Con el devenir del tiempo pensadores contemporaneos como John Dewey insistieron en una práctica pedagógica orientada a desarrollar las potencialidades creativas del individuo. Pues, la educación es la vida misma del sujeto. Comprende su mundo existencial lleno de luchas, logros y desafíos. Por tanto, es indispensable que se forme para vivir civilizadamente y sea productivo en la realidad cotidiana. Educación es sinónimo de experiencia de vida, realización permanente del ser humano.
Por su parte, en un contexto latinoamericano, Paulo Freire apuesta por una educación liberadora, capaz de romper con los esquemas de opresión y servir de elemento transformador del propio mundo de la persona, considerada sujeto histórico. Se rebela contra la educación bancaria, esa donde el docente es un mero depositario o transmisor de conocimiento, para promover un proceso pedagógico crítico, capaz de garantizar un encuentro de saberes sumamente transformador de las condiciones hegemónicas implícitas en el modelo educativo tradicional.
Cómo podemos observar, más allá de la perspectiva que se exprese, el tema educativo es de importancia capital dentro de la agenda pública de un determinado país. No se trata únicamente de diseñar un currículo orientado a la formación del sujeto para dotarlo de herramientas e insertarlo al proceso productivo. Implica, también, formarlo en valores para que sea un ciudadano capaz de desenvolverse en un clima de civilidad, desarrollo humano y democracia.
Lamentablemente, muchos gobernantes han prestado poco interés al tema educativo dentro de su agitada agenda. Descuidan su responsabilidad de hacer grandes inversiones en la educación como fuente de desarrollo y progreso socio-económico. Contrariamente, se esmeran en mantener a una población sumida en la ignorancia con el claro propósito de manipularla a sus anchas. No es casual la gran brecha existente entre países que han alcanzado altos niveles de desarrollo y otros hundidos en la miseria.
La sociedad de hoy, marcada por el auge de las nuevas tecnologías de información y comunicación, requiere de una población educada en valores para superar los escollos de un mundo en permanente cambio. El reto es apuntar a un proceso educativo de calidad, con docentes preparados que promuevan el pensamiento creativo entre sus alumnos altamente remunerados en su exigente profesión. Un país que aspira salir de la pobreza debe reinventarse en su modelo educativo, con instituciones de enseñanza que respondan a las nuevas tendencias del conocimiento y de la realidad emergente.
Hoy siguen vigentes las palabras de ese gran visionario llamado Simón Bolívar: «Moral y luces son nuestras primeras necesidades». La formación de un pueblo es la gran empresa que debemos impulsar con urgencia a fin de soltar los hilos del desarrollo integral de la nación. Llevar luz o entendimiento es el reto que tenemos por delante para vencer la oscuridad o la ignorancia de la gente. De esa manera estaremos contribuyendo a erradicar las prácticas perversas de los demagogos y a garantizar una ciudadanía consciente de los grandes avances del conocimiento humano.