Por Jesus Castillo
La Venezuela del 2023 es otra. Se desplomó el discurso «El país se está arreglando». Las protestas del sector educativo invaden las principales calles del país por reivindicaciones salariales. El bolívar se desvanece frente al dólar y golpea fuertemente los bolsillos de los venezolanos. La oposicion despeja las margaritas para escoger un abanderado ante las elecciones presidenciales. El gobierno interino de Guaidó se desplomó. Las sanciones internacionales recrudecen con fuerza y el gobierno enfrenta un cataclismo interno que lo obliga a surfear con destreza.
Todo ha cambiado. Hasta la forma de pensar del electorado que rechaza tanto al gobierno como a la dirigencia tradicional de la oposición. Pareciera asomarse la figura del outsider, pero tendrá que esperar que se acerque el proceso electoral para no desgastarse. Cualquier cosa puede pasar en esta Venezuela de cambio. Mientras tanto el hambre hace estragos en la población y la demagogia política entra en escena para calmar el malestar reinante. Solo la euforia de una Serie del Caribe sirve de espejismo momentáneo a muchas almas errantes en esta barbarie económica, producto de un gobierno indolente y anacrónico.
Maduro ha llegado al máximo atrevimiento. Incita hasta más no poder. Calcula despiadadamente el aguante de los abnegados docentes que han tomado las calles por sueldos dignos. Arremete con su discurso intolerante y amenaza con meter presos a quienes intenten desestabilizar al gobierno. Le echa las culpas a las sanciones de no tener dinero para pagarle a los educadores. Una verdadera burla con intención de provocar a los manifestantes y desarticularlos, posteriormente, con acciones represivas. Es allí donde no debe pisar el peine la dirigencia magisterial. Debe evitar convertir la protesta reivindicativa en una nueva «salida adelantada» con el cacareado discurso ¡Maduro vete ya! o ¡Y va a caer, este gobierno va a caer!
Hay que tener bien puestos los pies sobre la tierra. Más allá de la razón y el genuino deseo de salir de este oprobioso gobierno, la realidad política se impone ante nuestros ojos. Maduro se ha desempeñado por más de cuatro (4) años en su segundo mandato presidencial y, según el artículo 233 de la Constitución vigente, si renuncia completaría el periodo de gobierno quien desempeñe la Vicepresidencia Ejecutiva de la República, es decir, el que haya designado Maduro antes de renunciar. Pudiera ser Delcy Rodríguez, Diosdado Cabello o cualquier otra personaje del oficialismo. Sería peor el remedio que la enfermedad, a menos que haya un acuerdo político general para designar a alguien que goce de consenso entre el oficialismo y la oposición. Pero esta opción que no es descartable tiene pocas probabilidades.
Otra realidad política que debemos tener presente es que, de acuerdo al artículo 231 de la Constitución vigente, quien resulte ganador en las próximas elecciones presidenciales asumirá el cargo el 10 de enero del 2025. A partir de esa fecha es cuando comienza el primer año del nuevo periodo de gobierno. En fin, estamos en febrero del 2023 y aun quedan 23 meses para esa investidura. ¿Seremos capaces de sobrevivir hasta allá en medio de esta vorágine económica? He allí el dilema, a menos que ocurra algo imprevisto en palaciega. Lo importante, repito, es tener los pies sobre la tierra y prepararnos para cualquier eventualidad con optimismo frente a la Venezuela que viene.
Por ahora lo que priva es una actitud de realismo político y no de desatar las pasiones que solo conducen a expectativas falsas y posteriores frustraciones. Los educadores seguirán en sus justas reivindicaciones salariales, de acuerdo al artículo 91 de la Constitución y los sectores democraticos tendrán, por consiguiente, la copiosa tarea de ponerse de acuerdo con un candidato o candidata que unifique a la mayoría de los venezolanos, bien sea por primarias o consenso, para enfrentar al oficialismo con valentía y optimismo. Si no es posible la unidad plena, debe optarse por el mejor candidato, el que goce de mayor consenso.
Debemos aprender de los errores pasados. Si desaparecemos del discurso que el gobierno es invencible por tener un CNE tramposo y convencemos a esa inmensa mayoría descontenta de ir a votar por el candidato unitario (el que más una a los venezolanos) no habrá ninguna duda que ganaremos y cobraremos por el bien de nuestros hijos y las futuras generaciones. La realidad política nos indica que somos mayoría frente a un gobierno que se ha impuesto más por la abstención y la división de la oposición. Es tiempo de pisar tierra y no caer en discursos banales que buscan minar la moral y optimismo de los ciudadanos. ¡Si votamos ganamos, si nos abstenemos perdemos!