Entra,
que se nos pone fría la esencia del café.
Hay dos tazas,
una al oriente, la tuya, la del sol
y la mía, aquí, cerca de la arruga del mantel,
con aires de ocaso.
Entra,
siéntate, acortemos la distancia
y el murmullo del aire entre nosotros.
Es cierto que humea el líquido negro
y se hace un vértice aquí donde se hallan nuestras miradas.
Habla
que ante tu voz me quedo,
así como el penitente
ante el altar guarda silencio.
Ante ti no tengo verso
sino esta nerviosa sensación
de que el café se haga eterno.
Pablo