Por Manuel Figueroa Véliz
Cumaná en su historia contemporánea y coetánea ha tenido sus malandros, o «buenlandros» como prefirió llamarlos el difunto, que alcanzaron mucha fama. Buena o mala, era fama al fin y al cabo. Todo depende del cristal conque se mire. Uno de ellos fue el archiconocido Wicho Milano, líder de la triste célebre familia Milano de Los Molinos. A Wicho lo entrevistó, para el Diario Región, la periodista Fanny Gómez. Testigos de este encuentro: las piedras y el agua cristalina del río en las montañas de San Juan de Macarapana; bueno, si no estoy errado, también el fotógrafo Julio Marcano.
Es bueno recordar que la serie de reportajes a Wicho Milano y los realizados a Hortencia (la misma que encerró Fernandito por más de cincuenta años en una casa cerca de la Plaza Rivero) hicieron disparar el tiraje del Diario del Pueblo. De unos modestos 4 mil ejemplares por día, pasó a más de 25 mil. Para 1985, esa era una cifra astronómica para un periódico de provincia.
Otros personajes del mundo «hamponil», de data más reciente, fueron Condorito, Proyectil y Manuel Lanza, a quienes no tuve el «honor» de conocer. Me hubiese gustado entrevistarlos para escudriñar su lado humano. No siempre el tigre es como lo pintan.
No hay un barrio de la Primogénita del Continente Americano, que no tenga sus propios choros. Muchos se han convertido en unos Robin Hoob, queridos y protegidos por sus vecinos. Aquí sólo estamos rememorando aquellos que ocuparon grandes espacios en las últimas páginas de los diarios Región, Siglo 21, Provincia y Periódico de Sucre, ya desaparecidos, y que le dieron fuertes dolores de cabeza a los detectives del extinto Cuerpo Técnico de la Policía Judicial (PTJ).
En una oportunidad llegaba a mi casa, eran como las diez de la noche. Venía de trabajar en el departamento de compaginación del Diario Región. Frente a mi casa estaba reunido un grupo como de seis jóvenes. Uno de ello me llama y me dice: «Epa Región, ven acá un momento». Tuve que disimular el miedo. Aún así me acerqué. «Dame un periódico», me dijo. Le di uno de los tres que tenía. Enseguida miró la última página y con voz desafiante le dijo al resto de los allí presentes: «Ustedes tienen que pararse firme delante de mí. Con esta, es la séptima vez que aparezco en Región y ustedes no han salido ni siquiera una sola vez». Era el mismo delincuente que en la mañana de ese día, habían atrapado con una pistola 9mm. y que Región tituló a todo trapo «PTJ capturó a delincuente portando una 9mm.» Debió «bajarse muy bien de la mula» para estar por la calle libre como el viento en menos de 24 horas.
De los «buenlandros» de Boca de Sabana, recordamos a «Armandito», «Pecho» y a quién corresponde el título de esta crónica: el temible «Piquinpakán», a quien, cuando no estaba preso, lo andaban buscando.
Boca de Sabana siempre fue un barrio alegre. Nunca faltaba los fines de semanas un «picó» o una rokola prendida. Los lugares más concurridos eran el bar de Ignacio y el Bururú en Cardonal. En el bar de Ignacio escuché por primera vez «Lágrimas y lluvias» de Juan Gabriel.
Los domingos Cardonal estaba siempre de fiesta. En la gallera de Nereo se reunían todos los amantes de las peleas de gallo y, por supuesto, también los mala conducta propios y extraños. Uno de esos domingos llegó un joven pregonando a gran voz ¡SOLTARON A PIQUINPAKAAÁN! ¡SOLTARON A PIQUINPAKAAAÁN» ¡SOLTARON A PIQUINPAKAAAÁN». El alboroto en la vecindad no se hizo esperar. Las madres corrían desesperadas a meter a sus hijos en sus casas y tras de sí cerraban las puertas. Qué Coronavirus ni qué ocho cuartos, sólo con la mención de este nombre era suficiente para que las familias se mantuviesen por largo tiempo encerradas sin asomar las narices por la calle.
Al personaje de nuestra historia lo conocimos muchos años después de aquél desesperado anuncio de su salida de la cárcel. Lo conocí exactamente en la ya nombrada «gallera de Nereo». Recuerdo la conversación que sostenía con varios muchachos: «Ustedes no son malandros nada», les decía. «Ustedes son unos cusurros. Un malandro de verdad no anda robando a la misma gente de su barrio. Vayan a robar un banco a ver si tienen los cojones bien puestos». El silencio en el grupo era sepulcral. Sólo se oía a los lejos una canción del grupo Miramar…»porque tú no me quieres, yo me voy a morir. Al cielo imploro para queeee tú me quieras y a Dios le pido que te ponga en mi caminooo. Ay, Dios mío, si tú me quisieras no existiría en el mundo ni en todo el universooo más feliz como yooo…» Ninguno de los choritos se atrevió a decirle algo a quien con ellos hablaba.
«Pikinpakán» años después se convirtió al Cristianismo. No sé si siguió o se apartó de los Caminos del Señor. Sí sé que aún, por la misericordia de Dios, está vivo. Ya no mete miedo. Con varios años encima a veces lo vemos caminar por las calles de Boca de Sabana, donde se ha ganado el aprecio y el respeto de la comunidad.