Por Jesús Castillo
El telón se abre con varios personajes vestidos de bragas anaranjadas en fila india. Sus rostros cabizbajos se muestran en las cámaras del canal del Estado como parte de un desfile que busca ganar incautos en la portentosa industria mediática. Uno a uno van van pasando a un dantesco salón con las manos detrás, simulando ser atadas con esposas invisibles. El gran salón los espera con sillas ataviadas de lazos por doquier, propias de una agencia de festejo que hace presente en los predios tribunalicios.
Son los artífices de una trama de corrupción en la PDVSA roja rojita, esa industria petrolera que se convirtió en una especie de vaca lechera para amamantar a Rafael Ramírez y ahora a un entorno vinculado a Tareck El Aissami, uno de los hijos predilectos de la revolución cuyo paradero es un bien guardado secreto por quienes se han lanzado en una heroica lucha contra el ultraje del patrimonio público. Es la escena repetida de «Alí Babá y sus 40 ladrones», una joya literaria del Medio Oriente que se hace presente en un país tropical bañado de petróleo y hechizado por el Socialismo del Siglo 21.
Los llamados «reos de la industria petrolera» son exhibidos como un trofeo del propio gobierno, cuando en realidad es parte de una purga interna por desavenencia en el reparto del botín y el control político de un modelo que ha sembrado hambre y miseria entre los venezolanos. Es así que los sorprendidos internautas en las redes sociales no se comen el cuento. Saben que se trata de una obra teatral cuya función es lavarle el rostro a la cacareada revolución, salpicada de corrupción, trata de blanca, lavado de dinero y crímenes de lesa humanidad.
Van cayendo uno a uno en este aborrecible saqueo a la Patria de Bolívar. Diputados, militares, misses, magistrados, ministros y demás burócratas no escapan de esta nueva trama de desfalco y orgía a granel. Cada día en las redes sociales aparecen nuevas caras involucradas en este bochornoso escándalo de «los hijos de la revolución». Se presentan con lágrimas en los ojos como si no hubiesen roto un plato en la mesa. rompieran. Mientras en palaciegas los grandes actores escurren el bulto de este dantesco robo a la nación.
No es casual que el gran psiquiatra del gobierno salga diciendo con que ahora «el dinero robado será recuperado e invertido en programas de interés social y ayuda humanitaria». Toda una narrativa que busca ganar incautos a un perverso proyecto que acabó con la «mayor suma de felicidad posible» de la población venezolana. Pero, ya nadie cree en el discurso ni en las técnicas psicológicas de ese siniestro personaje que ha sabido vivir de los favores del Estado mucho antes de la llegada del chavismo al poder.
Lo cierto es que hoy los vestidos de bragas anaranjadas son actores de una obra teatral, cuyo director busca impactar en el escenario para lavarse las manos como Pilatos, justo en estos tiempos de Semana Santa cuando la feligresía tendrá la oportunidad de revivir las escenas del gobernador romano junto cuando sometió al pueblo que decidiera la suerte de Jesús y Barrabás.
Los jerarcas del gobierno activan su purga interna. Saben que el fiscal de la Corte Penal Internacional, Karim Kahn no juega carritos y ha asomado sus narices en el bendito «Socialismo del siglo XXI». Lee minuciosamente el amplio expediente sobre el caso venezolano y no dudará en aplicar el Estatuto de Roma. A esto se suma el fuerte lobby de la Casa Blanca con el fin de arrinconar al «Presidente obrero» en el tablero.
No sorprende, entonces, que el propio Gustavo Petro, tras reunirse reciente con Maduro, haya anunciado el diálogo político en Bogotá entre el gobierno y la oposicion venezolana, como una exigencia de Biden en el dinámico tablero latinoamericano. Los ojos del mundo están puestos en el gobierno de Maduro. Por eso trata de lavarse el rostro con esta nueva obra «Las bragas anaranjadas». La justicia es tardía, pero llega. Es tiempo de que la Dama Ciega se haga presente para castigar a los pillos que saquearon el erario público de nuestro país.