Por Manuel Figueroa Véliz
Cumaná: la primogénita del continente americano, la sultana del Manzanares, la mariscala y marinera, la Cumaná cumanesa que el cuatro besa en su galerón, tierra del Gran Mariscal de Ayacucho; siempre fue catalogada como la “Cenicienta” de Venezuela.
Nuestra «Tierra de Gracia», aún con ese título (la Cenicienta) que recuerda la versión de Walt Disney, no siempre fue maltratada por sus gobernantes.
Hubo una época en que la ciudad fue engalanada con prestigiosas universidades, hoy destrozadas; dos zonas industriales actualmente en ruinas, modernos edificios, hermosos centros comerciales, plazas como la Bolívar, Junín (desaparecida recientemente), Pichincha, Generalísimo Francisco de Miranda, General Santiago Mariño, los puentes de la Mariño, Gómez Rubio, Raúl Leoni, Gonzalo de Ocampo, un moderno Mercado Municipal, plantas de conservas de alimentos (Productos Mar, Caip, Gaviota), templos religiosos, hospitales, puertos y aeropuertos; entre muchas otras obras.
Además de estas estructuras construidas por la mano del hombre, creo que pocas son las ciudades bendecida por Dios con abundantes recursos naturales.
Las mejores playas están en Cumaná, hermosos ríos como el Manzanares que atraviesa la ciudad, San Juan, manglares, especies marinas de todo tipo, pulmones vegetales como los parques Guaiquerí y Ayacucho.
Cumaná iba rumbo a convertirse en una gran metrópolis como la soñaba nuestro apreciado amigo, ya desaparecido, Jesús Antonio Meaño Silva, el recordado “Mazita”.
La Cenicienta iniciaba su etapa de esplendor con la construcción de la autopista Cumaná-Barcelona; pero la autopista, un fatídico día se paró y con ella el desarrollo de la tierra que vio nacer a Andrés Eloy Blanco.
Hoy la ciudad no es ni la sombra de lo que fue hace más de 20 años. Pero debemos mantener la esperanza que algún día se levantará de las cenizas como el ave fénix. Ojalá, los actuales gobernantes puedan aprovechar al máximo tantos recursos con los que cuenta nuestra ciudad y ponerla bella, bella por los cuatro costados.