por Jesús Castillo
Es criminal el comportamiento de la economía en Venezuela porque ha arrastrado al hambre a la gra la mayoría de la población. Se respira un ambiente de descontento generalizado contra el gobierno porque los precios de los alimentos están por las nubes y es imposible acceder a ellos. La culpa es de un modelo económico, implementado desde las altas esferas del oficialismo, que ha desmantelado el aparato industrial interno y la actividad productiva.
El denominado Socialismo del Siglo XXI se ha anclado en una perversa intervención estatal de la economía que atenta contra la propiedad privada y la apertura del mercado, generando una importación de bienes y servicios con recursos públicos. Al no haber empresas que produzcan riquezas en nuestro territorio y alto riesgo para la inversión, se deprecia el bolívar y los alimentos cuestan más caros traerlos del exterior porque se compran en dólares. Esto trae más hiperinflación en el país.
Lo cierto de todo esto es que el venezolano promedio ha visto mermada su poder adquisitivo y cada día come menos cantidad de alimentos en su dieta diaria. Los bajos salarios, el desempleo galopante y el desmantelamiento del parque industrial han convertido a Venezuela en uno de los países más para pobres y peor alimentado del planeta. Las cifras de niños desnutridos es alarmante en esta nación con grandes riquezas naturales, pero con un dirigencia gubernamental indolente y rapaz que se ha apoderado indiscriminadamente del erario público, sometiendo a sus administrados a la más grave hambruna que ha padecido el país en su historia republicana.
Es tan alarmante el cuadro de hambre en Venezuela que los organismos internacionales muestran preocupación por un fatal desenlace en su población. A pesar de los cacareados discursos sobre ayuda humanitaria a nuestro país, aún no se experimenta una política coherente para paliar el grave deterioro de los niveles de vida de los venezolanos. Todo se queda en palabras, mientras los bandos políticos siguen enfrentados en una voraz pugna por el control del poder. Es una lucha fracticida que hunde cada vez más en la miseria y barbarie política a este país, otrora modelo de estabilidad económica y democrática en América Latina.
Lo que le queda a muchos jóvenes es partir a otros destinos foráneos para no morir de mengua y poder desde tierras lejanas enviar cualquier ayuda a los familiares que no corren con la suerte de salir de este fatídico infierno económico y político. Es triste, por consiguiente, ver de nuevo la diáspora de venezolanos traspasando las fronteras buscando otras oportunidades de vida. Van dejando una estela de dolor en cada hogar que abandonan, mientras los jerarcas de turno se hacen más ricos y someten a los habitantes a un excesivo control social y hambre generalizada.
El momento es propicio para que se produzca un acuerdo entre el gobierno y los principales sectores de la vida nacional para implementar una serie de medidas económicas orientadas a combatir el hambre y la miseria imperante. Venezuela no puede esperar por un cambio político que de al traste con este anacrónico modelo económico. Debe existir voluntad política por combatir la hambruna del país y generar mejores condiciones de vida. Faltan casi dos años para que el ganador de unas elecciones presidenciales tome posesión de su cargo. Al ritmo que va la subida del dólar es muy poca la probabilidad que las familias venezolanas puedan sobrevivir ante esta devastada economía.
La comunidad internacional tiene un importante papel que jugar en todo esto. Debe instalarse un equipo de expertos en economía y finanzas para presionar al gobierno en tomar medidas urgentes que atienda a la población vulnerable para que no sea víctima de muerte por mengua. Apostamos a que prive la sensatez y responsabilidad de una dirigencia política a modificar la economía con reglas claras y en un mercado que sea capaz de reactivar la producción interna, elevar niveles de empleo y mejorar la calidad de vida de los venezolanos. De lo contrario el hambre acabará con cada uno de nosotros.