Quince años después Nora, la heroína de Henrik Ibsen adelantada a su tiempo, volvió al hogar que abandonó. ¿A qué vino? Tal es la visión que Lucas Hnath, dramaturgo nativo de Orlando (Florida), se planteó al crearle una “segunda parte” al clásico noruego Casa de muñecas.
La osadía fue un éxito en Broadway en 2017 y la versión en español es ahora la razón de otro regreso: el de Lupita Ferrer (Maracaibo, 1947) a las tablas como Anne Marie, rol que le valió a la actriz Jayne Houdyshell una nominación al premio Tony, el más importante en el mundo teatral.
“Fue prácticamente por casualidad o destino”, comenta la actriz venezolana vía telefónica desde Miami, donde reside y estrenó la semana pasada, en una breve temporada, Casa de muñecas 2, junto a Lili Rentería en el Sandrell Rivers Theater.
“El año pasado decidí retomar mi carrera. Estuve retirada cuidando a mi mamá, pero ella murió a principios de 2022 y yo necesitaba trabajar para quitarme el pesar de esa carencia. Un día me llamó Juan Montero para decirme que había comprado los derechos de esta obra premiada en Broadway, con varias (8) nominaciones al Tony. Quedé fascinada al leerla. Me pareció interesantísima. Tomaron un clásico y lo convirtieron en algo moderno. Un lenguaje ágil y contemporáneo a pesar de estar ambientada a finales del siglo XIX. El empoderamiento de la mujer, el divorcio… son temas vigentes”.
Según Ferrer, otra cosa que hizo Hnath al replantearse el regreso de Nora fue “repartir el protagonismo entre ella y Anne Marie”, el ama de llaves que la conoció desde niña y se quedó en la casa tras su escandalosa partida.
“Son polos opuestos. Nora se va en búsqueda de su propio desarrollo. Anne Marie es casera, se quedó con los hijos de Nora, no tiene mayores aspiraciones, está satisfecha con su rol de ama de casa. Los otros dos personajes son el esposo y la hija que creció muy resentida con la madre que se fue. Es una obra eminentemente feminista”.
Ferrer está más que feliz con la experiencia y quiere salir en gira. Sueña con llevar la obra a Nueva York, Bogotá, Caracas, aunque de momento no hay nada concreto. “Vamos a ver, no soy la productora… Estoy muy contenta de volver al teatro. La TV me popularizó, tuve mucha aceptación con telenovelas románticas. Pero mis raíces son del teatro clásico. Estudié en The Actors Studio con Lee Strasberg con una beca del gobierno venezolano”.
-¿Qué recuerda de aquella Venezuela?
-Cuando hice Doña Rosita La Soltera, una obra preciosa en el Ateneo de Caracas dirigida por Alberto de Paz y Mateos, un español radicado en Venezuela con gran conocimiento del teatro lorquiano… fue un gran éxito. Hasta fue el presidente Raúl Leoni y se puso a la orden, para ayudar. Y allí mismo le dije que me quería ir a Nueva York. Mi papá viajó de Maracaibo a Caracas y me acompañó a las audiencias con el ministro de Cultura. Fue no sólo el apoyo económico, sino el reconocimiento. Creo que fui la primera venezolana que estudió teatro en Nueva York. Luego en México filmé Un quijote sin mancha, con Mario Moreno “Cantinflas”. La TV vino aún después. Comencé como protagonista en Esmeralda (1970), una campesina ciega. Tuve mucha suerte de empezar así. He sido muy afortunada… el éxito fue tan grande que de allí quedamos José Bardina y yo como la gran pareja romántica, guiados por la inolvidable Delia Fiallo.
-¿Cómo compara a aquella Lupita Ferrer que comenzó en el Ateneo de Caracas como la Ofelia de Hamlet con la que ahora vuelve a las tablas?
-Me parezco, siempre conservo el amor, el respeto por la profesión, encuentro que lo tengo muy a flor de piel. Siento una gran afinidad con el teatro. Me gusta mucho porque da tiempo de elaborar el personaje, de vivirlo. No es la rapidez de la TV, que es leer y grabar. Me gustaría continuar en el teatro, pero uno como artista depende de las oportunidades. La industria está muy difícil, no se está haciendo nada a nivel de TV. Voy a tener que dejar Florida… Hoy los tres grandes centros de producción son México, Colombia y Argentina. También me gustaría trabajar en inglés, porque lo hablo desde joven.
-¿Volvería a Venezuela?
-Claro. No es como los cubanos que hablan de no volver más nunca. Son circunstancias diferentes… ellos tuvieron una revolución muy fuerte que casi provocó una guerra nuclear con las crisis de los misiles. Yo no tengo nada en contra de mi país, nunca me he metido en la política ni allá ni aquí. Me interesa el desarrollo del país, sea gobierno socialista o capitalista.
-¿Tiene futuro la telenovela?
-Las telenovelas románticas ya no existen prácticamente; forman parte del pasado. Y me parece perfecto. Un género no se puede quedar estancado. Ahora son más audaces, tipo serie de Netflix. Pero tengo entendido que hasta al tema del narcotráfico no le ha ido muy bien en las últimas telenovelas.
Además de cuidar a su madre, el encierro de la pandemia la ayudó a concretar su autobiografía Lupita Ferrer al Desnudo. “Yo siempre he escrito, y con la pandemia como no se podía hacer nada, me decidí a publicarla. Todas las artistas tenemos ese sueño. El título es un desnudo… del alma”, aclara pícara entre risas.
-Ha tenido roles de Shakespeare, Lorca, Williams, Cabrujas, Pérez Galdós, Fiallo. Si pudiera escoger su próximo proyecto, ¿cuál sería?
-Yo hice La gata sobre el tejado caliente de Tennessee Williams en Caracas. Hay otra obra suya que siempre me ha gustado muchísimo… todavía quisiera ser la Blanche DuBois de Un tranvía llamado deseo.
-¿Le gustaría dirigir?
-Yo dirijo así sin querer. Me gustaría mucho dirigir, sobre todo a los jóvenes talentos.
-Muchos hablan del secreto de su juventud eterna…
-(Risas) Ojalá tuviera un gran secreto. La verdad es que he tenido buenos genes, mi mamá era muy bella, de una piel singular. Aparte, yo no soy una persona de excesos. Nunca consumí drogas. De alcohol, quizá sólo una copita de vino. No agarro mucho sol. Mi vida ha sido bastante sana.